Síntesis “Historia de las indias” Bartolomé de las Casas
Historia de las indias
Bartolomé de las Casas
Fray Bartolomé de
Las Casas nace en Sevilla, probablemente en 1484, en una modesta
familia de mercaderes. Pasó a las Indias en 1502 (a los 18 años)
con la expedición de Nicolás de Ovando. Esta fecha coincide con la
explotación a gran escala de la isla de La Española, con el
consiguiente aniquilamiento de la población indígena, rápidamente
diezmada por los trabajos agotadores, las guerras de represión y las
epidemias traídas por los europeos. Frente a esta situación los
primeros en reaccionar fueron los religiosos de la Orden de Santo
Domingo. A fines de 1511 Las Casas tuvo oportunidad de escuchar los
angustiados sermones de Fray Antonio Montesinos, el dominico que
proclamaba que los indígenas eran hombres y debían ser tratados
como tales. En 1512 se proclamaron las llamadas Leyes de Burgos que,
aunque bien intencionadas, mantuvieron el sistema casi feudal de
trabajo forzado ya establecido desde 1503 con la institución de La
Encomienda.
Fray Bartolomé de
las Casas, en su obra “Historia de las indias”, nos deja el punto
de vista de la rebelión y defensa de los indígenas. Su obra
comienza a redactarse en 1527, en ella denuncia las ofensas y
fechorías perpetradas a costa de los pueblos originarios, como una
gran defensa hacia estos años en que el mismo autor funda el primer
convento en la isla La Española. Es importante recalcar que empieza
a escribir sus obras teniendo presente la conclusión de que los
indios estaban dotados de racionalidad, por lo que la manera en la
que los españoles procedieron en la conquista pareciera ser una
conducta totalmente reprochable. En el convento La Española, fray
Bartolomé aprovechó su estado de religioso para acumular unos
amplios conocimientos jurídicos y teológicos de que antes carecía.
Encontró en los libros los argumentos que le servirían en su futura
labor. Allí también fue donde empezó a trabajar en sus dos grandes
obras, la Apologética Historia (1548) y La Brevísima relación de
la destrucción de las Indias (1552), que terminaría en los últimos
años de su vida. Luego de algunos años trata de poner en práctica
sus teorías, y después de participar con éxito, en la reducción
pacífica de Enriquillo, cacique rebelde de la isla, se embarca con
la intención de ir al Perú, pero las tormentas le llevan a
Nicaragua donde es perseguido por las autoridades. Viaja a Guatemala,
en donde junto a otros dominicos intentan la “conquista” pacífica
de una zona no sometida por los conquistadores llamada Tierra de
Guerra que recibe el nuevo nombre de Vera Paz.
Las Casas vuelve a
España en 1540 para actuar o interceder en el más alto nivel
imperial. Es el momento de pleno apogeo de su carrera y la coyuntura
le es favorable. En 1537 el Papa Pablo III había proclamado en su
bula Sublimis Deus que los indios no podían ser privados de su
libertad, por su condición humana. En 1539 Fray Francisco de
Vitoria, en sus famosas lecciones de Salamanca, demostraba la
ilegitimidad de los títulos de conquista alegados hasta entonces.
Para apoyar sus gestiones, Las Casas redacta varios memoriales, entre
los que destaca la Brevísima relación de la destrucción de las
Indias (1552), espantosa visión de las atrocidades de la conquista.
Consigue con las Leyes Nuevas (1542-3), una gran reforma de la
legislación vigente: supresión de las encomiendas, de la esclavitud
y de otras formas de trabajo forzado y una nueva reglamentación de
las expediciones armadas.
Fray Bartolomé
expone las cuatro razones por las que hay motivaciones para escribir:
manifestar la elocuencia para ganar fama y gloria; complacer a los
príncipes alabando sus obras ilustres; restablecer la verdad
alterada por otros; y dar a conocer los hechos notables caídos en el
olvido. De modo que de las Casas desea que no se piense que escribe
bajo los dos primeros propósitos, recalcando que es bajo el tercer
objetivo por el que es impulsado a redactar esta obra.
Cuando regresa,
convertido ahora en Obispo, en 1544 comprende la fuerte oposición
del mundo colonial a sus reformas. Las protestas de los colonos
llegan hasta tal extremo de violencia que la Corona se ve obligada a
restablecer las encomiendas. Al ver sus esfuerzos contrariados, Las
Casas regresa a España en 1547 para reanudar su lucha. Allí le
esperaba su gran adversario, Ginés de Sepúlveda, un conocido
humanista cuya tesis en torno a la legitimidad de la conquista,
basada en la supuesta barbarie de los indios, contradecía
radicalmente los postulados lascasianos. Se enzarzaron en una disputa
teológica que duró dos años (1550-1551) y que se resolvió
finalmente a favor de Las Casas, ya que las conquistas armadas, salvo
en caso de ofensas de los indígenas quedaron prohibidas. Fruto en
parte de su labor fue la supresión de la perpetuidad de las
encomiendas, sustituidas ahora por los repartimientos, controlados
por el poder real. Murió en 1566.
En la destrucción
de las Indias (1552) inicia el reconocimiento y la denuncia del lado
sombrío de la conquista. Pero hay que advertir que Las Casas no
niega la necesidad de llevar adelante la empresa misma, pero sí
propone reformarla y humanizarla mediante medidas que él llama
“remedios”, los cuales permitirían cumplir los altos cometidos
de la corona y al mismo tiempo los del humanismo. En esta obra
podemos observar que el estilo personal del autor tiende a la
hipérbole y al argumento inflamado. Era a la vez un abogado, un
fiscal y un juez implacables. De hecho, la composición del libro es
un esfuerzo por sintetizar y fijar las copiosas argumentaciones
verbales que había hecho en defensa de los indígenas. El impacto de
su obra fue decisivo y mantiene el interés hasta nuestros días. No
es exagerado considerar a De Las Casas un precursor del pacifismo y
la lucha por los derechos humanos. Sin embargo, se le acusa como el
iniciador de la llamada “leyenda negra” de la conquista española.
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En
la obra al autor le interesa destacar su concepción fundamentalmente
pragmática del género histórico caracterizado por la creencia de
las virtudes educativas de la historia y de su insustituible
ejemplaridad. Cree, las Casas que, ante la falsedad con la que se ha
propagado la realidad, se necesita restablecer la verdad dañosamente
ofendida como una obligación moral. Todo esto deja entrever que esta
reivindicación de la verdad histórica está perfilada por una
teología y una filosofía inspirada en San Agustín expuesta en
Civitas
Dei.
A lo largo de su obra fray Bartolomé cita en reiteradas ocasiones a
Agustín en temas como la gloria de Dios y de su Iglesia, los
infalibles designios de la providencia divina y el principio
universal de la predestinación. En efecto, con esta visión, fray
Bartolomé pretende que, restituyen la verdad, se ayude a restablecer
la justicia en este mundo de iniquidades y cooperar con su magisterio
a la Ciudad de Dios.
Las
Casas caracteriza a los indígenas con una moral intachable, llenos
de virtudes y buenas costumbres, totalmente antagónicos a los
españoles que, con nombre de cristianos, no tiene nada que sea digno
de llevar ese nombre. Con esta actitud altanera por parte de los
españoles, a los indios no les quedó más remedio que luchar por la
defensa de su pueblo como una guerra legítima. En la obra, es
remarcada esta bondad casi incólume de los indígenas y la
implacable ambición española, de modo que una vez derrotados los
aborígenes son sometidos a una inhumana servidumbre, siendo así el
comienzo de la total aniquilación de las naciones autóctonas.
Esta
obra presenta una visión muy dramática de la historia, por lo cual
cabe preguntarse por la objetividad total con la que fue escrita. Su
visión benevolente de los indios y de la apreciación de los
españoles guiados por la codicia infernal, causa de su inhumano
comportamiento, no deja de ser una representación condicionada y
algo esquemática, pero no por eso deja de ser conforme con la
realidad esencial del drama vivido por los indios con razones y
fundamentos suficientes.
Además
hay veracidad en su obra por la crítica a los documentos legales de
su época que fomentaban la degeneración de los indios, a saber: las
leyes de Burgos y Valladolid y los avasallamientos como la encomienda
y la esclavitud, acuñando, de este modo el autor, la responsabilidad
directa sobre los políticos encargados de los Consejos Reales por su
ceguera ante tales atrocidades.
Asimismo,
no se puede dejar de poner en realce la convicción, bien asentada,
que tiene fray Bartolomé de ser, designado por Dios para el
cumplimiento de su tal alta misión. El papel que él desempeñó,
desde esta visión providencialista, lo eleva con pleno derecho a la
altura de protagonista; con esto queda en pie todo lo ambiguo de la
noción usual de objetividad de su obra, que la distingue de las
demás historias de las indias.
Finalmente,
puede concluirse que la autoescritura en la Historia de las Indias
tiene justificación plena en el marco de la historiografía del
siglo XVI. Sin embargo, hay que recalcar que el propósito de la
defensa de la verdad, del honor, de la fama de fray Bartolomé tensan
el texto histórico de ese tiempo hasta el grado de que la proyección
de la autoimagen de fray Bartolomé se traduce en un efecto de
subjetividad que choca con el canon histórico, que el fraile trató
de evitar. Pero, ante todo, lo que hay que tener muy presente es que
esta habilitación del dominico como protagonista se sustenta en la
idea de que traza su labor historiográfica desde otro enfoque, con
otros valores y que por consiguiente configura de manera diferente la
trama y el sentido del acontecer.
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